2 febbraio 2009

Una historia vieja de 40 años


HILDA

Los camiones del ejercito comenzaron a llegar a Lules y Bella Vista a la madrugada. Los habitantes se despertaron en la oscuridad fresca con un ronroneo de motores macabro. La sinfonìa de la invasiòn alcanzò el punto culminante cuando en la esquina de la plaza un tanque aplastò el ùltimo perro pila, extinguiendo una raza de perro americano, feo y sin pelo, que habìa resistido por màs de quinientos años las maldiciones de los blancos.
Las òrdenes secas que se oian a travès de las ventanas entrecerradas hicieron que los empleados de los ingenios se vistieran ràpidamente para ver què sucedìa. Los ruidos trajeron hasta sus dormitorios penumbrosos la amenaza que se cernìa sobre la cabeza de quièn osara asomarla afuera. Asì, hablando en voz baja, movièndose cautelosamente en la oscuridad de su cobardìa, esperaban la resurrecciòn de un orden que se habìa desequilibrado. "No era posible", pensaban, "que los obreros se tomaran estas libertades".
En el '67, una lucha en la cùspide del poder, hizo que un dictador militar "nacionalizara" los ingenios azucareros. Un poco por los precios bajos del mercado, otro poco porque se esperaba --ya se estaba negociando—una indemnizaciòn jugosa, la oligarquìa local seguìa el juego y se mantenìa a la espectativa de los acontecimientos. La poblaciòn interna de los ingenios, como el tercero en discordia, vio que era la oportunidad esperada para romper el yugo de la explotaciòn que sufrìa desde hacìa tantos siglos.
Una madrugada, una sombra pasò por encima de una pirca baja. Se agachò apenas en el campito de arvejas que bordeaba el ingenio Nuñorco, asomò la cabeza en la oscuridad, avanzò dos o tres pasos y largò un silbido lloròn, de pàjaro macho malherido. Otras sombras, en estricto silencio, saltaron las piedras seculares. La Tierra estaba calladita y habìa dado orden a las piedritas de ni moverse. La invasiòn al ingenio habìa comenzado. De Bella Vista, de Lules, de Nuñorco llegaban las familias. Con sus cacharros brillantes, con banderas multicolores al viento fresco de la mañana, izadas en ramas altas y flexibles. Las mujeres, con sus culos redondos, envolvìan en su cuerpo a las guaguas que dormìan con un ojo abierto, sabedoras que participaban de una resistencia que se continuaba en los siglos.
Durò apenas siete dìas la ocupaciòn. Se trabajò con horario y turnos fijos: los hombres defendiendo con palas y machetes las picadas entre el cañaveral, arreando brazadas de caña dulce al galpòn del trapiche. Las carpas de lonas agujereadas hormigueaban de ollas de mate cocido y locros picantes que daban calor al cuerpo y fuerza a las conciencias. A la hora del crepùsculo, casi igual a lo que los pueblos hacìan desde mil años atràs, casi sin quererlo, como algo que pertenece a lo màs ìntimo del ser, los ojos giraban hasta consagrarse en el sol, ese disco naranja brillante que descendìa detràs de las cumbres del Aconquija. Para ganar confianza y sentirse hombres de nuevo, mancomunados en una dignidad que creìan haber perdido hace siglos.
Noguès hijo era hombre de negocios y buscador de riquezas. Su pròstata cancerosa no lo dejaba tranquilo en las noches. El fantasma de su padre, desde las alturas de un retrato a tamaño natural, le echaba en cara su debilidad para mantener el orden y la disciplina en los lìmites de su propiedad.
Muchos años atràs, Noguès padre habìa importado desde Buenos Aires un mastìn negro y enorme que mantenìa oculto y medio hambriento. En su casa de mil habitaciones se escuchaban, de noche, ruidos y lamentos que parecìan venir desde otros mundos. Los ecos de los cerros no muy lejanos daban una reverberancia lùgubre a esos rumores apagados y los peones empezaron a transmitir de boca en boca, la leyenda de que el viejo Noguès tenìa un pacto con el Diablo y se transformaba en un perrazo negro que mataba a dentelladas a quien le era enemigo.
En la època de las revueltas populares del '30, los primeros cadàveres destrozados dieron veracidad a la historia y el viejo aprovechò para limpiar de sindicalistas y socialistas su feudo diciendo: "Tengo un familiar que se ocupa de los que quieren hacerme daño. Nadie podrà jamàs hacerme daño porque mi familiar sabe todo y destrozarà incluso a los que piensen mal". A partir de ese momento el perrazo fue dejado en libertad para que esparciera un terror atàvico entre la poblaciòn. Ya no hubo màs tranquilidad en las noches: se fabricaron de apuro puertas màs resistentes y creciò la presencia de crucecitas bendecidas sobre las cunas de los niños. Cada tanto, algùn peòn castigado era ofrecido como sacrificio y su cadàver mutilado y desfigurado aparecìa al amanecer en la plaza para ratificar que el poder no podìa ser discutido.
Un dìa, el perro amaneciò colgado de una rama, a la vista de todos. Degollado y desventrado, goteaba la ùltima sangre al sol naciente demostrando a los temerosos de que el Diablo tambièn puede morir. Y fue tambièn el fin del viejo Noguès: al mediodìa las llamas de su casa iluminaban el cañaveral y el humo oscurecìa el cielo. La familia fue respetada, pero del viejo no se encontraron ni los huesos. Una semana màs tarde, el ejèrcito entrò a sangre y fuego en los pueblitos sublevados: no quedaron màs que algunos viejos y niños para contar la masacre con recuerdos velados y confundidos.
Ahora, Noguès hijo, espantado por los recuerdos y viendo que la historia es una rueda que repite infinitamente los mismos giros; temblorosamente, bajo los ojos desafiantes de su padre en el retrato, a las doce de la noche hizo la primera llamada:
--Haceme el favor, Pelado. Una situaciòn como èsta vos sabès bien que va en contra de la Patria. Sì, el gobierno y yo somos la Patria. Son todos subversivos. Ahora quieren plata en vez de los vales y vienen con no sè què carajo de derechos sindicales y autogestiòn-- hizo un silencio, escuchando --Què superiores ni ocho cuartos. Què querès ? Un decreto? Te lo hago fabricar en cinco minutos. Dale, andà y arreglame el quilombo. Ya sabès que conmigo no hay problemas. Una mano lava la otra, no ?

Hilda Guerrero, chola grande y corajuda, habìa sabido leer. Y en unos papelitos que se encontrò en la ruta principal que va de Tucumàn a Catamarca, comprendiò palabras como sindicato, lucha contra el patròn explotador, salario y desproporcional riqueza. La foto de Evita siempre estuvo pegada en una alacena en su rancho de adobe, con una florcita debajo. Ella decìa que habìa sabido leer y escribir gracias a ella, que le habìa mandado maestros a ese caserio perdido en las montanas. Y se largò a hablar, y ya no la pudieron parar. Con un papelito explicaba què era eso del capitalismo.
--Ven esta hoja de papel ? Bueno, esto representa tooodita la producciòn del ingenio. Segùn el patròn, estos son los costos de maquinaria-- y cortaba un pedacito chiquito --Esto son los costos de la mano de obra, o sea nosotros—y cortaba otro pedacito chiquito-- y esto son los sueldos de los tècnicos y cortaba otro pedacito, apoyàndolos suavemente en el piso de tierra apisonada –Esto otro son los costos financieros, que segùn èl se lo comen vivo-- y cortaba un trozo màs o menos grandecito --Y esto son los costos de venta y distribuciòn del azùcar, màs el transporte a la ciudad-- y cortò el ùltimo pedazo de la hoja.
Mostrando en alto el trozo que quedaba, gritaba:
--Ven esto, lo ven ? Es màs de la mitad de la hoja conque empezamos. Esta es la ganancia que se mete en el bolsillo el muy hijo de puta. Y quièn mueve las màquinas y quièn corta las cañas y quièn deja las manos dentro de los rodillos de los trapiches y quiènes son los boludos que tienen que gastar su sueldo en los almacenes de èl ? Nosotros. Este pedacito chiquito que se ve aqui somos nosotros. Mil trescientos veinte tipos somos ese pedacito chiquito. Y sin contar los niños y los viejos. Ahorita los militares han nacionalizado los ingenios. Quiere decir que son del pueblo. Los ingenios son nuestros. Los patrones no quieren que se trabaje para crear una falta de azùcar en el mercado y conseguir mejores condiciones para la indemnizaciòn. Los ingenios deben volver a trabajar porque de nosotros nadie habla. A nosotros nadie nos pregunta què queremos o còmo estamos. A nadie le importa si a nosotros nos pagan con vales y no sabemos què es el dinero. Debemos ocupar las tierras y hacerlas producir. Para demostrar que los patrones estàn de màs. Para demostrar que el azùcar puede ser màs barato de lo que lo estàn vendiendo. Para hacer valer nuestros derechos de pobladores y de trabajadores. Debemos ocupar los ingenios hoy mismo.

Hilda Guerrero corrìa entre las cañas, esquivando las balas. Su culo redondo y pesado, orgullo de su juventud, era ahora un peso imposible que le impedìa la fuga. Sus compañeros caìan a su lado como marionetas a las cuales se les habìa roto el hilo que coordinaba sus movimientos. Que ridìculas las posiciones de la muerte ! A Juan Candòn se le partiò la cara y la mandibula cayò en un surco mostrando los dientes al Sol y èl siguiò corriendo con una boca enormemente abierta al espanto. A Hermenegildo Santillàn le silbò una bala bajito, casi un susurro cuando le penetrò el pulmòn. El viejo Tolentino siguiò su carrera de rengo con un brazo que se le alargaba dentro de la manga hasta caer fofo al suelo.
Ella continuaba a correr, sabiendo que ese mal sueño de anoche se estaba haciendo realidad. Maldecìa la hora en que, dejando de lado un presentimiento infausto, se puso la pollera colorada. Ahora era el blanco preciado de todos los fusiles del Quinto Regimiento de Infanterìa. Zum, silbaban a cada instante las avispas del infierno; zum, hacìan estallar las cañas; zum, volaban triunfantes las alas negras en el amanecer claro.
Al pasar la pirca que dividìa el cañaveral del campito de arvejas, la pollera colorada fue bandera al viento. Unos ojos grises, de oficialito porteño con aires de europeo bien nacido, apuntaron despacito, como sabiendo medir el tiempo que se tarda en revolear una pierna sobre siglos de piedras amontonadas. El Sol estaba naranjeàndose de nuevo en medio del retumbòn del disparo y las nubes quedaron suspendidas navegando en contra del viento. Hilda Guerrero abriò los brazos y cayò abrazada a las matas de vainas finitas.
Viò el còndor allà en lo alto y sintiò el volar de la mosca azul. Quiso en el ùltimo instante, como cuando era niña, imitar la sonrisa dulce de Evita. Pero se le quedò a mitad de camino, en una mueca donde la boca sonreìa y los ojos se abrìan asombrados a la eternidad.

Los caminos y senderos de Tucumàn estàn llenos de cruces de palo con florcitas de papel marchito. Los patrones de siempre lograron imponer sus condiciones en las tratativas con el gobierno militar. No faltaron las cuñadas, ni los primos, ni los amigos comunes que mediaran en la rencilla. Al fin y al cabo, todos ellos se sentaban en la misma mesa para las fiestas familiares. Los patrones lograron una indemnizaciòn por la falta de ganancia mientras durò el tira y afloja; la devoluciòn de la totalidad de las propiedades; tasas de interès preferencial para remodernizar las plantas productivas; el resarcimiento total de los daños que habìa ocasionado el intervento del ejèrcito y la instauraciòn de la Ley Marcial en todo el territorio para contrarrestar alguna otra posible sublevaciòn.

En los ingenios quedò otra màquina incorporada al plantel de producciòn: con un simple cable se la puede enchufar a la red elèctrica y con un potenciòmetro se puede regular la cantidad de voltaje a aplicar a los que todavìa se empecinan en cuestionar el orden constituido. Noguès estaba contento, se sentìa libre del pesado vìnculo que lo habìa atado a su padre toda la vida: ahora, la tecnologìa moderna de los militares deshacìa la leyenda que su padre habìa creado con el Familiar.

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