EL DOMADOR DE PULGAS
La mujer barbuda, la sirena de cola de plàstico, el forzudo que rompe cadenas con los dientes, son ya razas extinguidas por efecto de la contaminaciòn televisiva. Sòlo queda, como ùltimo de esa dinastìa desfortunada, el domador de pulgas.
Con un arte que le viene transmitido oralmente a travès de los siglos, debe cortar y coser los trajecitos que sus artistas endosaràn el dìa del estreno. Con pincitas diminutas tomarà los microscòpicos trocitos de tela multicolor y los unirà usando un pelo de recièn nacido como aguja. Pantaloncitos de cuero de hormiga para el pulgòn que deberà recitar la parte del tirolès; pollerita colorada y poncho de lana azul para la pulga que harà de coya boliviana; una bikini de lentejuelas, cavada y con escote provocativo, para la que bailarà la batucada brasileña; armarà asì el guardarropas completo de la troupe que serà guardada, con alcanfor y lavanda, en una cajita de fòsforos.
Con ojo experto seleccionarà entre miles de aspirantes llegadas desde los cuatro puntos cardinales a las afortunadas finalistas. "Esta no va porque es chueca; aquella, un poco bizca; ésta de màs acà, viene de un perro de bajos fondos y no me garantiza una cierta disciplina que deberemos mantener en los viajes que siempre resultan un poco promiscuos; y aquella otra, la sexta de la derecha, no sabe bailar y se ve a la legua que empina el codo". Al final de la exahustiva prueba, cinco pulgas de gallinero y un pulgòn de algarrobo macho, firman el contrato para efectuar la tournèe por los pueblitos del interior de la provincia.
El trapecio de hilo de coser brilla como una estrella tornasol bajo el reflector azul; la cuerda floja, realizada con un cabello rubio y largo de la chica del quinto A, en su soledad lacònica, crea un suspenso denso en el cual se siente el peligro mortal a nivel de piel. El escenario, de blanco e inmaculado paño, se extiende en toda la dimensiòn de la mesita plegable ante los ojos expectantes del pùblico, viejos paisanos con sus crìos a cuestas, que revela su ansiedad e impaciencia con pataleos en el suelo de tablas. Son gentes simples, sin instrucciòn libraria y la vida ruda del campo no ha pulido, sin duda, sus modales: si algo no les gusta, lo dicen o lo gritan sin rodeos y sin retacear chiflidos y risotadas estentoreas. Las multitudes que se agolpan frente a la mesita van a ver, principalmente, còmo el domador las viste, còmo les pone el pantaloncito, la camisetita a rayas y todo eso. Y el pùblico se rie, no de la figura ridìcula de la pulga disfrazada, sino de su imagen porque la reconoce como propia. La gente se ve reflejada como en un espejo en esa pulga que hace cabriolas microscòpicas bajo una lamparita de kerosèn.
El primer acto, de cinco nùmeros consecutivos, no obtiene los aplausos esperados y a mitad del segundo, con la apariciòn en el balconcito de cartòn pintado de la pulga en el rol de Julieta, la rechifla generalizada obliga al domador a devolver el valor de las entradas, hecho que compromete desesperadamente la cena de esta noche y la continuidad del viaje.
Las pulgas y el pulgòn, faltos de experiencia para afrontar estoicamente estos hechos y avergonzados por el fracaso, aprovechan el primer perro que pasa y se van con los disfraces puestos. Ahora, el domador de pulgas, pobre ser desahuciado en este mundo de verdades apocalìpticas y certezas tecnològicas, en la miseria total y extrema, sucio y desarrapado, continùa buscando a travès de todos los pueblos de provincia sus artistas en fuga. Ajeno a todas las burlas escarba en los àngulos olvidados de los graneros, debajo de los colchones malolientes de los hoteluchos baratos, entre las crines duras de los perros flacos. Solamente responde enojado con un: "A mucha honra !" cuando siente a sus espaldas que alguien lo insulta llamàndolo "pulguiento".
La mujer barbuda, la sirena de cola de plàstico, el forzudo que rompe cadenas con los dientes, son ya razas extinguidas por efecto de la contaminaciòn televisiva. Sòlo queda, como ùltimo de esa dinastìa desfortunada, el domador de pulgas.
Con un arte que le viene transmitido oralmente a travès de los siglos, debe cortar y coser los trajecitos que sus artistas endosaràn el dìa del estreno. Con pincitas diminutas tomarà los microscòpicos trocitos de tela multicolor y los unirà usando un pelo de recièn nacido como aguja. Pantaloncitos de cuero de hormiga para el pulgòn que deberà recitar la parte del tirolès; pollerita colorada y poncho de lana azul para la pulga que harà de coya boliviana; una bikini de lentejuelas, cavada y con escote provocativo, para la que bailarà la batucada brasileña; armarà asì el guardarropas completo de la troupe que serà guardada, con alcanfor y lavanda, en una cajita de fòsforos.
Con ojo experto seleccionarà entre miles de aspirantes llegadas desde los cuatro puntos cardinales a las afortunadas finalistas. "Esta no va porque es chueca; aquella, un poco bizca; ésta de màs acà, viene de un perro de bajos fondos y no me garantiza una cierta disciplina que deberemos mantener en los viajes que siempre resultan un poco promiscuos; y aquella otra, la sexta de la derecha, no sabe bailar y se ve a la legua que empina el codo". Al final de la exahustiva prueba, cinco pulgas de gallinero y un pulgòn de algarrobo macho, firman el contrato para efectuar la tournèe por los pueblitos del interior de la provincia.
El trapecio de hilo de coser brilla como una estrella tornasol bajo el reflector azul; la cuerda floja, realizada con un cabello rubio y largo de la chica del quinto A, en su soledad lacònica, crea un suspenso denso en el cual se siente el peligro mortal a nivel de piel. El escenario, de blanco e inmaculado paño, se extiende en toda la dimensiòn de la mesita plegable ante los ojos expectantes del pùblico, viejos paisanos con sus crìos a cuestas, que revela su ansiedad e impaciencia con pataleos en el suelo de tablas. Son gentes simples, sin instrucciòn libraria y la vida ruda del campo no ha pulido, sin duda, sus modales: si algo no les gusta, lo dicen o lo gritan sin rodeos y sin retacear chiflidos y risotadas estentoreas. Las multitudes que se agolpan frente a la mesita van a ver, principalmente, còmo el domador las viste, còmo les pone el pantaloncito, la camisetita a rayas y todo eso. Y el pùblico se rie, no de la figura ridìcula de la pulga disfrazada, sino de su imagen porque la reconoce como propia. La gente se ve reflejada como en un espejo en esa pulga que hace cabriolas microscòpicas bajo una lamparita de kerosèn.
El primer acto, de cinco nùmeros consecutivos, no obtiene los aplausos esperados y a mitad del segundo, con la apariciòn en el balconcito de cartòn pintado de la pulga en el rol de Julieta, la rechifla generalizada obliga al domador a devolver el valor de las entradas, hecho que compromete desesperadamente la cena de esta noche y la continuidad del viaje.
Las pulgas y el pulgòn, faltos de experiencia para afrontar estoicamente estos hechos y avergonzados por el fracaso, aprovechan el primer perro que pasa y se van con los disfraces puestos. Ahora, el domador de pulgas, pobre ser desahuciado en este mundo de verdades apocalìpticas y certezas tecnològicas, en la miseria total y extrema, sucio y desarrapado, continùa buscando a travès de todos los pueblos de provincia sus artistas en fuga. Ajeno a todas las burlas escarba en los àngulos olvidados de los graneros, debajo de los colchones malolientes de los hoteluchos baratos, entre las crines duras de los perros flacos. Solamente responde enojado con un: "A mucha honra !" cuando siente a sus espaldas que alguien lo insulta llamàndolo "pulguiento".
Nessun commento:
Posta un commento