8 Ottobre 1967 - 8 Ottobre 2008 - A 41 anni dell'assassinio del Che Guevara.
He nacido en la Argentina; no es un secreto para nadie. Soy cubano y también soy argentino y, si no se ofenden las ilustrísimas señorías de Latinoamérica, me siento tan patriota de Latinoamérica, de cualquier país de Latinoamérica, como el que más y, en el momento en que fuera necesario, estaría dispuesto a entregar mi vida por la liberación de cualquiera de los países de Latinoamérica, sin pedirle nada a nadie, sin exigir nada, sin explotar a nadie.
Sono nato in Argentina; non è un segreto per nessuno. Sono cubano e sono anche argentino e, se non si ofendono le illustrissime signorie di Latinoamerica, mi sento un patriota di Latinoamerica, di qualunque Paese di Latinoamerica, come il primo patriota e, nel momento in cui fosse necessario, sarei disposto a donare la mia vita per la liberazione di qualsiasi Paese di Latinoamerica, senza chiedere nulla a nessuno, senza esigere niente, senza sfruttare nessuno.
EL PRISIONERO
La herida de la pierna ya no sangraba, pero dolìa como una quemadura profunda. Màs le quemaba el alma: por esa herida, ahora se encontraba aquì, con sus sueños rotos.
El prisionero recorriò con la mirada las paredes casi desnudas, reconociendo el olor caracterìstico con el cual el tiempo adorna siempre estas escuelas de campaña. Rememorò sus años de escolar en aquel pueblito, ahora lejano, en otro paìs, entre sierras siempre verdes. En esa soledad, casi alcanzò una cierta paz interior. Suspirò como para relajar un poco sus mùsculos y reordenar los pensamientos.
"Carajo, terminar de este modo." se lamentò interiormente. "¿Dònde nos equivocamos ? O mejor, ¿dònde me equivoquè ?, dado que es mìa toda la responsabilidad."
Dibujaba ahora, con una pajuela lìneas sin sentido en el polvo del pavimento terroso. Rios y montañas nacìan sin querer de su mano, reproduciendo una geografìa continental. Su mente seguìa tratando de encontrar una explicaciòn plausible a la duda que seguìa martillando allà adentro, como una letanìa circular. Era un muro que lo hacìa rebotar siempre hacia el centro y volver a recorrer cada paso dado en los ùltimos diez años. Descubrìa asì su propio crecimiento como si estuviera viendo el abrirse de una flor bañada por el rocìo matutino.
Con un gesto de cierto desgano se contestò al final: "Ma dale. En las mismas circunstancias, hoy habrìa hecho lo mismo que entonces. Pude haber cometido errores, pero la senda es justa. No te equivocaste, pibito. No te equivocaste en nada."
El martilleo, sin embargo, seguìa: "¿Quizàs elegir este paìs olvidado ? ¿Esta precisa regiòn, en este paìs olvidado?" Pero la espina que màs le dolìa era aceptar otras cosas, aquellas que ofendìan profundamente su dignidad: "Què constante es la traiciòn en Latinoamèrica! La solidaridad tan proclamada, ¿dònde la ponemos en este cuadro? No hay caso, chico, no hay caso, los buròcratas son màs fuertes que cualquier revoluciòn. Podremos cambiar todo, dar vuelta el mundo como si fuera una media, pero si no vencemos a los buròcratas es como si no cambiàramos nada. La gente seguirà siendo esclava del protagonismo del tìtere de turno, dueño de un sellito de goma. Si nosotros estamos haciendo la historia, ellos son los que la escriben, al final." --concluyò con amargura.
Se abriò la puerta dejando entrar de lleno el sol del mediodìa. La silueta del soldado de guardia enmarcaba la figura flaca de la niña que traìa el almuerzo. Entrò lentamente, con la timidez propia de los campesinos, trayendo una fuente cubierta con un repasador que el prisionero reconociò como una de aquellas cosas que la gente simple usa para las grandes ocasiones. Se veìan todavìa los pliegues y se sentìa al tacto el almidòn con el cual fue planchado. Lo recibiò como un homenaje silencioso y sonriò con gratitud por aquel gesto que una mujer desconocida le hacìa.
La niña, de no màs de doce años de edad, apoyò la fuente a su lado y se retirò dos pasos miràndolo con curiosidad y esperando silenciosamente. El silencio, en estas gentes, es algo palpable, pero esos ojos grandes decìan mucho màs que una simple mirada. Se veìan en lo profundo, se escuchaban las conversaciones que, seguro, habrìan tenido en voz baja sus padres y a las que ella asistiò. "Sì, --pensò --, en estas regiones, en un gesto, en una mirada, puede estar el còdigo que nos hermana”.
Abriendo el paquete se encontrò unas papas cocidas y un pedazo bastante grande de carne. Agradeciò mentalmente de nuevo a esa mujer que le mandaba tambièn un dulce y, doblada primorosamente, una servilletita de papel. Una gentileza que, sabìa, no pertenecìa a la cotidianeidad de ese pueblito boliviano encerrado entre las montañas y la selva. Sonriò tambièn al darse cuenta de la dificultad que tendrìa para comer el pedazo de carne con esa solitaria cuchara de alpaca amarillenta. El tenedor y el cuchillo, seguramente, los habrìan confiscado los soldados por seguridad. La misma razòn por la cual estaba ahora descalzo y sin cinturòn.
Ahora el giro de sus pensamientos andaba siguiendo las huellas de otra duda: "¿Por què ahora me muestran esta simpatìa y antes no obtuvimos la mìnima ayuda? ¿En què nos equivocamos cuando tratamos de entrar en contacto con esta gente? ¿No supimos entender sus costumbres, sus dudas, sus desconfianzas atàvicas hacia los blancos? Cuàntas cosas deberemos aprender con la experiencia directa! Es posible que hayan tenido razòn, ellos estàn resistiendo desde hace siglos y nosotros llegamos aquì con las palabras maravillosas, pero sin poder comunicar realmente. Ellos son màs sabios y tienen, saben que tienen, todo el tiempo a su favor. ¿Por què razòn deberìan creer a lo que nosotros decimos? Quizàs las cosas cambien cuando dejemos de vernos como 'ellos' y 'nosotros' y seamos solamente 'todos nosotros'. Qué sè yo. Bueno, basta; parà aquì y come, chico, que si no se enfrìa todo. Es bueno esto, estàs hablando solo, como un loco y con un acento que no es cubano, no es argentino, no es peruano, no es boliviano. ¿Un acento nuevo? Quizàs sea un acento latinoamericano. Una especie de cocoliche continental." Disfrutando su descubrimiento, acometiò la lucha (debìa darse una estrategia), con el pedazo de carne.
Al dìa siguiente volviò la niña con la misma fuente. El abrirse de la puerta lo despertò de un sueño profundo donde distinguìa claramente los colores del cielo, en dònde un còndor giraba lentamente. Impregnaban todavìa sus pupilas y lo hizo confundir cuando viò la misma imagen en lo alto del cuadro de la puerta. Se despertò del todo cuando la niña, apoyando la fuente en el piso, le susurrò quedamente: "Dice mi mamà si necesita alguna cosa para la herida de la pierna." El prisionero sintiò ahora el dolor profundo que habìa olvidado, pero, sonriendo, respondiò que no, que no necesitaba nada.
La niña, espiando, viendo que el soldado esta vez no la apuraba, se apresurò a preguntar otra vez: "¿Què quiere decir CHE?"
El prisionero la mirò desde el fondo de su alma, se tirò para atràs los cabellos que le cubrìan la frente como para dar a su cara la expresiòn màs cariñosa que podìa y respondiò: "Es una palabra que en lengua araucana significa GENTE, tambièn quiere decir PUEBLO. Nosotros la usamos para llamar a los amigos, a los compañeros."
Fuera de la puerta se escucharon los pasos apresurados de otros militares que se acercaban. Se escucharon voces perentorias, pero no se entendiò el significado. Ahora, el soldado entrò y ordenò malamente a la niña que saliera. El aire se hizo denso y casi irrespirable. Ella se fue corriendo, esta vez con una triste mùsica en el corazòn. La sombra del soldado se agigantò en la pared donde se apoyaba el prisionero y levantò despaciosamente la ametralladora.
"Carajo --pensò el prisionero--, este me fusila." Viò tambièn como le temblaba el pulso al soldado mientras èl se acomodaba, rìgido, contra el àngulo de la pared. "Pobre tipo, està cagado en los pantalones. Màs que yo. Mira como le tiembla la mano. Tiene miedo, no se anima a matarme."
Pasaron en una fracciòn de segundo las imàgenes de sus hijos jugando al sol; de otras cosas banales, como un dìa de pesca en compañìa de amigos en un mar azul, de aquel dìa en el cual su vanidad le impidiò afeitarse la barba rala y desprolija. "No. No nos equivocamos en nada. Si a un soldado del enemigo le tiembla la mano con la cual debe dispararme, quiere decir que no todo està perdido. Se puede empezar todo de nuevo. El ser humano lleva dentro de sì el germen de su propia salvaciòn. Y quizàs esto tambièn sirva para algo, al fin y al cabo."
La niña sintiò el disparo cuando entraba corriendo en la cocina de su casa. La madre, como comprendiendo la tragedia, corriò hacia ella y las dos se arrodillaron abrazadas, llorando como si hubieran perdido a un hermano.
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