29 ottobre 2008

Una máscara para asustar


El Neardenthal estaba en la orilla del rìo tratando de pescar con una vara puntiaguda. A cada golpe se alzaba un copo de espuma blanca, pero el pez escapaba entre las piedras del fondo, dibujando un arcoiris fugaz. Ese hombre enorme, de cabeza cònica y grandes ojos asombrados no se veìa muy preocupado por su falta de destreza, por el contrario parecìa divertirse viendo las carreras acuàticas u observando los cìrculos de agua que se agrandaban deformando los reflejos de la vegetaciòn cercana.
El Neardenthal antes de ir a pescar se lavaba el cuerpo con hierbas perfumadas y defecaba para purificarse por dentro y por fuera. Luego de haber jugado con el elemento maravilloso, agradecìa al rìo que le habìa dado de comer, pedìa tambièn perdòn al pez por su hambre y se excusaba por la ignorancia de no haber encontrado otro modo de calmarla.
Desde hace tiempo se pregunta tambièn, si es tan fàcil, por què ese pequeño dios blanco, el Cromagnon que trae esa màscara horrorosa y canta obscenidades con voz gutural, no puede pescar. Està cansado, segùn dice el Cromagnon, por todo el trabajo que le diò el crear la tierra, el agua, los animales y las plantas. Ahora dice tambièn con palabras solemnes que ellos, los Neardenthal, seres deformes e ignorantes, son apenas un experimento mal logrado y que, para recibir la luz de su verdad y evitar el castigo divino, tienen la obligaciòn de servirlo. Aunque no le creyeron del todo sus historias, la màscara, como un instrumento sobrenatural, aterrorizaba. Màs por temor que por fe, le obedecieron.
En Ecuador, el niño indìgena ve reflejada en la superficie lustrosa del coche su rostro de color de la tierra. Ahora que lo ha lavado y limpiado y perfumado, debe ir a acarrear plantas para las macetas del jardìn. Y luego a ayudar en la cocina, a trajinar entre espumaderas y ollas. Queda encantado con los brillitos de la licuadora y ese calor parejito que sale del horno a gas recièn abierto. Siente cascabeles en el corazòn cuando llama el telèfono y se asombra siempre ante la maravilla de que los blancos puedan conversar con otro a tanta distancia y sin verle los ojos. La radio y la televisiòn todavìa lo asustan. Estas cosas, en su casa de la sierra no existen y sus padres, cuando lo entregaron al servicio del patròn, no le contaron nunca sobre las maravillas que habìan inventado los blancos.
Una vez espiò al patròn cuando se afeitaba. Viò como se ponìa espuma y su cara se transformò en una màscara blanca; cuando se pasò por las mejillas una maquinita apareciò un rostro de piel pàlida y muy estirada. El niño, a travès del perfume, creyò ver un dios en el momento de su nacimiento.
Otro dìa, con la vista baja, osò preguntarle al patròn si èl, un pobre niño indìgena, alguna vez podrìa poseer todas esas cosas maravillosas. El hombre, desde su altura, con voz solemne, le respondiò que si trabajaba mucho, si ahorraba lo suficiente, si serìa honrado y obediente, si no tendrìa malos pensamientos, si respetarìa siempre la ley y serìa temeroso de dios, si fuera bien educado... entonces sì, quizàs, tal vez algùn dìa. Los ojos de mirada dura contrastaban con esa sonrisa condescendiente, como una màscara divina a la cual habìa que creer y obedecer.

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