Y la memoria individual, multiplicàndose en el seno de la sociedad, se trasforma en memoria colectiva, memoria històrica. Por alguna razòn fisiològica, la mente no puede ordenar a la mente de olvidar.
Recordamos hasta con las tripas. Somos vìctimas de los recuerdos permanentes.
Y de la nostalgia.
Es una memoria dolorosa la que practicamos. Porque las personas que queremos fueron vìctimas del secuestro y de la tortura, de la desapariciòn forzada, del terrorismo de Estado implementado por los militares aquel 24 Marzo de1976. No pudimos ver sus cadàveres, no los pudimos enterrar, no los pudimos llorar, no pudimos cerrar el cìrculo natural de la vida.
Practicando la memoria tratamos de establecer la verdad, y propiciar una justicia que a 32 años todavìa les (nos) es negada. Imaginamos a nuestros seres queridos en oscuros galpones, tirados sobre colchonetas apestosas, con sus ojos cubiertos por la capucha, ajenos a toda otra realidad que no fuera su tormento. Nos vienen a la mente como figuras evanescentes sin paisaje que, poco a poco, la nostalgia que tenemos de ellos nos los viste de nuevo –què gran cosa el recuerdo!-- con sus sueños, sus alegrìas y sus rabias, orgullosos de su militancia, cuando se juntaban de a miles detràs del proyecto colectivo de construir un mundo màs justo.
Son sus rostros jòvenes, sus sonrisas abiertas, su entusiasmo, su desprendimiento, su coraje y su amor al pròjimo, los que evocamos cotidianamente cuando analizamos esta realidad vacìa de contenidos, sin justicial social, con polìticos de medio pelo, aprovechadores y entreguistas, incapaces de coraje y faltos de personalidad hasta para administrar esta miseria desde la impotencia que se supieron construir.
Còmo olvidar ? No se pueden regir los mecanismos de la memoria, ni siquiera metièndose anteojos oscuros. No se pueden cambiar los colores de aquella primavera.
El 24 de Marzo de 1976, los militares vaciaron nuestras vidas. Las dieron vuelta como a un saco viejo. Y nos la rompieron en mil pedazos. Quedamos desde entonces mostrando impùdicamente nuestro dolor en pùblico. Tuvimos que aprender de nuevo, con fatiga, a sonreir. A no avergonzarnos por sentir ese dolor manifiesto. A no sentirnos culpables por habernos salvado. Tuvimos que aprender a darnos fuerzas los unos a los otros para seguir luchando por la vida. Para que nuestros descendientes, nuestros hijos y nietos y todos los que vinieran, pudieran a su vez aprender què es la solidaridad, cuàl es el sentimiento de libertad, sentimientos que esas ausencias emanaban. Para que ellos pudieran tener un testimonio valedero y veraz en las cicatrices todavìa no cerradas que nosotros, los sobrevivientes, llevamos en el cuerpo. No me esfuerzo por hacer memoria, los recuerdos estàn frescos aùn.
Recuerdo con estupor y con odio, para no perdonar:
La matanza de Trelew.
La masacre de Ezeiza y sus francotiradores.
El 1° de Mayo de 1974 donde fuimos tratados por Peròn de imberbes” y luego llamò a dar el escarmiento”.
El accionar de la Triple A.
Al brujo Lòpez Rega, al comisario Villar, a Ottalagano, a Sànchez Abelenda y a todos los otros civiles” que se lanzaron a la cacerìa.
El Operativo Independencia” en Tucumàn.
El hastìo de un sector bastante amplio de la clase media que pedìa a los gritos que vinieran los militares a arreglar este paìs de mierda”.
La noche del 24 de Marzo y los comunicados por radio.
La imagen de Videla, Massera y Agosti en tv proclamando el nacimiento del Proceso de Reorganizaciòn Nacional.
Los discursos del general Ibèrico Saint Jean que señalaron sin lugar a dudas cuàl serìa el accionar contra los enemigos internos” y que explicaban sin ambajes los alcances de la Doctrina de Seguridad Interna.
A Martìnez de Hoz diciendo: ...a partir de hoy daremos una vuelta de pàgina a la historia de la Argentina”
La tablita de Martìnez de Hoz con la cual se iniciò la deuda externa argentina.
Las leyes que abrieron los mercados” a los productos extranjeros.
A Mariano Grondona y Neustad justificando el golpe.
Los spots publicitarios que preguntaban: Sabe usted què està haciendo su hijo ahora?”, e incitaban a los padres a denunciar a los hijos.
Los Ford Falcon sin chapa que rugìan en las noches, cargando patotas armadas hasta los dientes.
Las vallas en las comisarìas.
Los taxistas, porteros y diareros que delataban.
Los que nos cerraron las puertas en las narices cuando antes nos empujaban a hacer la revoluciòn.
Los que se respondìan a sì mismos: si se los llevan, algo habràn hecho”; por algo serà”.
Los que aprovecharon la plata dulce y viajaban a Miami a hacer compras.
Los paraguas de Taiwan y toda la chafalonerìa importada.
Al Gordo Muñoz incitando a los hinchas a pasar por delante de las colas de familiares de desaparecidos cuando se hacìan las denuncias ante la CIDH.
Los apliques que regalaba la policìa para pegar en el parabrisas que decìan Los argentinos somos derechos y humanos”.
El Mundial de Futbol del 78 y sus manifestaciones.
La arrogancia de Walter Klein y sus Chicago Boys”.
Las loas cantadas a Milton Friedman y su escuela neoliberista.
La censura a todo medio de expresiòn.
El Estado de Sitio y las leyes de Conmociòn Interna”.
La complicidad manifiesta del Partido Comunista Argentino. Su Secretario General decìa que Videla es un general democràtico”, respondiendo asì a los dictados de la URSS que necesitaba de los granos argentinos.
La complicidad y colaboraciòn abierta en la represiòn de la jerarquìa de la Iglesia Catòlica. Los Tòrtolo, los Pio Laghi, los Aramburu, los Plaza, los Von Wernich.
La complicidad y colaboraciòn de las dirigencias sindicales. Los Lorenzo Miguel, los Vandor, los Coria, los Alderete.
Las vallas con las cuales se impedìa el acercamiento a las embajadas, especialmente a la de Italia.
La indiferencia y el maltrato dispensados a los familiares de desaparecidos por todas las embajadas del mundo.
La complicidad de los jueces que rechazaban sistematicamente todos los habeas corpus presentados.
La complicidad de los mèdicos que colaboraron en las torturas y en el robo de los niños nacidos en cautiverio.
La complicidad de rectores, directores de escuela, y profesores que aportaron listas de nombres y delataron alumnos.
La complicidad, al fin, de todos los militares, policìas, profesores, letrados y funcionarios que, recibiendo òrdenes netamente ilegales, colaboraron entusiastas y minuciosamente con el genocidio.
Pero recuerdo tambièn, y esta vez con tanto cariño y admiraciòn:
A la muchachada que laburaba en las villas enseñando a leer y escribir.
A los cientìficos que trataban de generar una ciencia argentina libre de consejos y paternalismos”, independiente de los centros de poder.
A los profesores que enseñaban con mètodos democràticos, donde la duda era màs importante que las respuestas.
A los artistas que rechazaron los pedestales frìvolos y se largaron a recuperar una expresiòn claramente popular.
A los curas que optaron por un Evangelio que diera cabida a los pobres y olvidados. A los Mujica, a los padres palotinos, a Angelelli, al padre Sierra.
A las chicas que dieron una visiòn màs tierna, dulce y mucho màs pràctica a la lucha por la liberaciòn, transformando el machismo imperante.
A los industriales, comerciantes y productores agrarios que dejaron en un segundo plano sus objetivos de ganancias y formaron un frente de integraciòn popular.
A los abogados que resignaron sus carreras para ayudar a conseguir una verdadera Justicia para nuestro paìs.
A los periodistas que sirvieron con honestidad su compromiso de difundir la Verdad.
A los obreros y empleados que lucharon para consegguir sindicatos libres de buròcratas y traidores”.
A Vicente Zito Lema, a Felipe Yuyo” Noè, al Oso” Smoje, a Elina Sànchez, a Enrique Smulnich, a Kropffel, y a tantos otros con los que compartì la enseñanza en la Facultad de Filosofìa y Letras.
Al Negrito” Ayala, al Gordo” Campos, a Figueroa, al Preso”, a Amanda y su hijito Manuel, a la Vieja” Rosalìa, y a tantos otros con los compartì la lucha en el Sindicato de Ceramistas de la Zona Norte.
A Salvador Miguel Scarpato, hoy todavìa desaparecido, mi compañero de militancia en la JTP y amigo de siempre, a quien debo la vida porque no dijo nada sobre mì cuando estaba bajo tortura.
A las Madres de Plaza de Mayo. A Hebe y a Nora, hoy enfrentadas; a Rosario, a Tita, a Lita y a todas las otras que, a pesar de su dolor, encontraban todavìa un montòn de ternura para consolarme cuando yo aflojaba.
A las Abuelas de Plaza de Mayo. A Chicha, a Estela, a Nèlida, a Alba, a Raquel, a Buscarita, a Rosa y a todas las otras que siempre siguieron impertérritas buscando a sus nietos con un tesòn que deberìa servir de ejemplo a todos nuestros dirigentes.
A los chicos encontrados. A Tatiana, a Mara, a Javier, a Paola, a Marìa y Marìa Josè, a Mariana y a Pablo y a todos los otros.
A mis hijos, Emiliano y Nicolàs. Vièndolos ahora, encuentro en ellos la continuidad, algo de transcendencia. Sus ojos luminosos nos indican que es posible aùn aquel mundo por el cual luchàbamos.
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