30 settembre 2008

Como reconocer un Neardenthal

En 1856 se encontrò en la localidad de Neardenthal --y de ahì le viene el nombre-- el fòsil de un craneo de hombre. Los alemanes lo rechazaron en cuanto lo vieron. Su frente aplanada que resbalaba hacia atràs, sus arcos superciliares que enmarcaban dos òrbitas enormes y su mandibula prominente lo hacìan parecer mucho màs a un gigante africano que a un distinguido y robusto salchichero. Cuando a este craneo, los estudiosos le pusieron artificiosamente una piel, ojos y unos labios carnosos, exigieron a gritos que le agregaran pelos largos para alejarlo aùn màs como posible antepasado. Los pelos que tal vez no tuvo nunca constituyeron para siempre la màscara con la cual presentaron al mundo actual lo que llamaron "nuestro primo lejano".

Demàs està decir que ninguno lo aceptò en familia y asì quedò, como un triste espantapàjaros que asusta a los colegiales desde una vitrina con su imagen de mono adomesticado.
Hoy, sus descendientes directos o sus mestizos, caminan los muelles hombreando cargas para los buques de banderas exòticas. O estàn a la sombra de algùn gran àrbol cuidando la majada de cabras en una llanura infinita. En las grandes ciudades, sus hijos abren las puertas de los taxis en las estaciones para ganarse las monedas de propina o se amontonan en talleres malolientes trabajando duramente una jornada por un plato de sopa de verduras.

Quien va al museo y ve esa caricactura no sabe que fue encontrado un esqueleto entero sentado en posiciòn de meditaciòn. Como si la muerte lo hubiera sorprendido en èxtasis. ¿Què mariposa lo envolviò en su maravilla multicolor para que ese hombre se olvidara de comer ? ¿Què alturas alcanzò con sus ensoñaciones? ¿Habrà intuìdo el rotar de la Tierra? ¿Què comunicaciòn tenìa con la abstracciòn màs absoluta ?

Tenìa los dedos cerrados delicadamente como si hubieran sostenido una flor. Y hoy, esas òrbitas vacìas y enormes, enmarcadas por los arcos superciliares espesos, nos miran con una profunda tristeza, como reprochàndonos de todo este tiempo desperdiciado y en el cual no hemos aprendido nada.

Otros restos fueron encontrados en un valle no muy lejano del primero. Los huesos estaban colocados en pilitas pulcras y ordenadas, como quien, despuès de haber comido, prolijamente acomoda las sobras en el plato. Presentaban las raspaduras tìpicas de dientes que habìan roìdo las carnes hasta la raiz. Dientes de otra especie habìan producido esas cicatrices casi iguales a las que presentan hoy los heridos leves en accidentes de trabajo.

Los paleontòlogos aseguran que el Neardenthal caminaba encorvado, con la cabeza casi sin cuello enterrada entre las espaldas robustas, la vista ocupada en identificar el sustento en los senderos que transitaba. Dicen que era recolector y que cazaba en pocas ocasiones, ocupando todo su tiempo en diferenciar lo comestible de lo desechable. Hoy, los estudiosos, cuando hacen una pausa para el cafè y miran el mundo a travès de los ventanales, creen reconocerlos en los que retornan a sus casas agobiados por un dìa duro de trabajo o en aquellos otros seres de mirada perdida que deambulan con las espaldas vencidas porque, buscàndolo no lo encontraron. Los cientìficos, ensimismados en la interpretaciòn de algùn rasgo identificable en esos huesos antiguos, no prestan atenciòn a sus descendientes que repiten el arcaico oficio de recolector especializado buceando dentro de los tachos de desperdicios que se acumulan en los patios traseros de los restaurantes.

Los hombres de ciencia prefieren ponerle un garrote en una mano para establecer un icono perfecto que calce en la escala de la evoluciòn. Hacia atràs se llega al mono; hacia adelante se va hacia el hombre blanco moderno, todo rubio, apuesto, esbelto y bien peinado. El Neardenthal ya no puede protestar. Ni dar pruebas de sus conocimientos tècnicos. Fue el primer descubridor del fuego y desarrollò intuitivamente la tecnologìa para mantenerlo. No quiso fabricar armas para matar pues lo que encontraba a la mano le bastaba. Pero conociò el girar de las estrellas y los llamados de amor de los animales. Fue el primero en describir los sentimientos màs profundos del ser humano, el primero en dar nombre a la felicidad, al amor y al dolor. Y fue tambièn el primero en sospechar que existìa un màs allà despuès de la muerte; en tener conciencia de la pequeñez humana frente a la maravilla del Universo. Reconociò en sì la religiosidad y la espiritualidad que esa comportaba y se adecuò a la naturaleza como parte integrante y no dominante. Amò a su familia y cuidò de sus hijos, interpretò sus sueños como un paseo por mundos paralelos que le revelaban verdades sobre su existencia. Sintiò y diò nombre a su soledad; tuvo miedos y alegrìas en los cuales pudo encontrar su identidad. Fue el primero en poder decir "aquì estoy, aquì me quedo" y extrañar las ocas cuando emigraban y alegrarse a cada retorno de las cigueñas, justo en la estaciòn en la cual nacìan sus hijos.

Caminaba mirando el suelo, sì. Tal vez buscando el sustento cotidiano, pero tambièn absorto en preguntas a las cuales no encontraba aùn las respuestas adecuadas. Quizàs hayan acertado los doctores con ese aspecto que le dieron, pero cuànta humanidad inocente iluminaba su grande mirada ! Què caricias enormes habrìan dado aquellas manos descomunales ! Cuànto amor habrìa desencadenado en uno de sus abrazos !

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