Heredò en su juventud un carro multicolor, brillante al sol sus bronces encandilantes. Continuò asì la tradiciòn paterna de salir al alba con su carga de intereses mezquinos hacia el campo ralo donde dejarìa caer, como una llovizna gris, sus semillas de vientos. Junto con el carro, heredò en lìnea directa de su abuelo el prejuicio y el racismo, y aquel caràcter hirsuto de palabrotas e injurias que le permitieron imponerse a los demàs. Su violencia, sus ademanes ostentosos, de espantamoscas fastidiado, le dieron la ventaja ademàs de poder escapar impunemente a la rendiciòn de cuentas. No lo amilanò cometer los màs atroces crìmenes para ampliar sus dominios hasta màs allà del horizonte y absorber todas las aguas de la regiòn.
Màs, màs; èl siempre querìa màs. Sus vientos giraban enloquecidos, amorales, sobre las cabezas de los simples y de los laboriosos, manifestando hoy un temporal, mañana un vendaval. Avanzò asì contra todo y contra todos. Con avidez desaforada arrasò con las leyes conocidas, pisoteò derechos de buenas gentes, humillò a multitudes. En el pescante de su viejo carro se lo veìa, gritando pestes contra el mundo, avasallando praderas como un diablo en pena. Perros de presa, sus vientos le acompañaron la acometida y quien se opuso a las embestidas fue abatido por ràfagas encendidas.
Un dìa, la cosecha de vientos diò a luz un monstruo sin preaviso. Un ogro brillante como mil soles se levantò desde el horizonte y girando como un embudo gigantesco segò todo lo que encontraba a su paso. Doblò como pañuelos los molinos, destechò casas, desalambrò campos y secò rìos. Alzò luego las mareas lejanas como si quisiera llevarse el mar a la altura de los cielos. El sembrador, con placer innatural, como si fuera un director de orquesta, gesticulaba òrdenes inauditas guiando las rutas de la catàstrofe. Un orgullo de dominio le acompañaba la sonrisa triunfal. Con sus vientos prontos para el ataque, sometiò al hambre y al desarraigo y conminò al mundo a rendirle pleitesìa. Decretò luego el fin de los tiempos y la caducidad de los pensamientos. Al fin, se apropiò de todas las palabras para ser el ùnico a justificar su sonido.
En pocos años construyò un imperio de arrogancia. En una catedral sin techo, de impùdicas rocas peladas, para legitimar su poder buscò en vano quièn lo coronara por mandato divino. En una ceremonia solitaria, entre cucarachas y ratones, se proclamò rey de un desierto devastado donde giraban en remolinos polvorientos, fantasmas desesperados.
Pasò años recorriendo el mundo, cargando con fatiga una valija repleta de un dinero inùtil, buscando quièn le construyera un mausoleo que celebrase su poder. Hoy no se sabe dònde se encuentra su tumba. En estas praderas infinitas, sembradas por los resistentes, el trigo se mueve como un mar calmo a la brisa càlida de la mañana y no deja ver nada que no sean las ondas doradas que se transfomaràn en pan. Tal vez haya sentido en ese momento (¿habrà tenido sentimientos ?) la falta de alguien querido que le escribiese un epitafio con palabras afectuosas.
Posiblemente, es lo màs seguro, habrà tenido que cavar con sus propias manos un profundo hoyo y acostarse, solo, a esperar.
3 settembre 2008
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