En medio de las montañas màs altas de los Andes, el anciano indìgena encontrò la fòrmula secreta: mezclando algunos yuyos podrìa convocar las llamas purificadoras.
Las llamas llegaron puntualmente al final del rito con su paso pausado, sus ojos melancòlicos, rumiando interminablemente la rabia acumulada en siglos de invasiòn, explotaciòn y despojo. Miraron largamente al pobre indio y, como comprendiendo su soledad milenaria, se pusieron al trabajo.
El hombre, en su rancho solitario, ahora limpio como un espejo, pulcro como un colegial en dìa de fiesta, todavìa està tratando de descifrar dònde se equivocò con la fòrmula: el agua sigue estando dentro de la ollita de barro, los ingredientes lavados y prontos para el locro, pero a èl le siguen faltando los fòsforos para encender el fuego y cocinar.
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