Esta mañana Beppo no se despertò y las flores madrugadoras de la primavera lloraron el rocìo cansado sabiendo que èl no les admirarìa màs el color. Desde hace unos años, pocos apenas, los amigos se me van para no volver. Primero fue Miguel, lo siguieron Graciela y Ramòn; luego el Gitano, despuès Silvano y Romeo. Yo lo estaba llamando por telèfono cuando Dafnis, sin saludar, cortò la cuerda azul que lo ataba a esta vida y se largò a volar en los cielos grises del Sur. Y hoy, hace apenas unas horas, se durmiò para siempre el pelado Beppo.
Cada uno me fue dejando un sabor amargo en la boca inùtil y un grito que no quiere salir; un agujero que no se puede remendar. Pero es en la traquea donde se instala un vacìo profundo que me obliga a mirar la catàstrofe inevitable del tiempo corriendo en las hojas indiferentes del almanaque; tratando de vislumbrar si llegarè al final, contando mentalmente los amigos que todavìa me quedan.
Camino esta vida cargando millares de muertos en mis espaldas. No los viejos que vivieron sus vidas y llegaron exhaustos al final. No, los mìos son torturados y desaparecidos, gente joven. Pero, en cada ocasiòn, los compañeros que cayeron luchando no me dejaron esta sensaciòn de flores marchitas secàndose al sol; de maceta vacìa durante el invierno. Quizàs la dinàmica de los hechos, la violencia de sus muertes, la presencia inconmensurable del enemigo, la misma pavura y el terror, cerraban con una coraza mi pecho y las espinas que lograban traspasarla sòlo hacìan crecer màs mi rabia. Ahora, estos, se estàn yendo despacito, de a uno cada vez, casi como entornando la puerta cuando salen. Dejan en mì la esperanza de que no sean ciertas sus partidas y navego un tiempo desconocido poseìdo por una sensaciòn vaga de extrañeza que, como si no pudiera razonar el vacìo, me hace crecer la nostalgia de ellos.
Desde muy adentro algo me impide demostrar todo el dolor que siento. Otra coraza que me protege y me obliga a seguir viviendo. Impùdicamente me repite las frases huecas: "son cosas de esta vida", "què le vas a hacer", "hay que seguir" etc. etc. Pero los brazos se me caen a los costados, suspiro profusamente y no logro articular màs que monosìlabos.
Los amigos se van. Uno a uno se estàn yendo. Se van solos, casi susurrando excusas por la molestia. Acostados en sus camas, de un infarto primaveril o con el frìo del invierno que les entra por debajo de las cobijas, avanzàndole por todo el cuerpo, indefectiblemente. Y yo, cumplido ya el rito impersonal del funeral, sigo mirando las hojas del almanaque, caminando de arriba a abajo este corredor largo y solitario de mi casa con una tristeza de años y lamentando no haberlos acompañado en la hora del adiòs. Me quedo con esta gran sensaciòn de abandono total que el sol tibio que entra por las ventanas aumenta enormemente. Y ahora que ya es tarde, lamento descubrir que algùn pudor estùpido me impidiò decirles que los querìa tanto.
4 settembre 2008
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